MIS JEFES DEL CAMPO
Quisiera hacer un pequeño homenaje a mis jefes del campo. Guardo un grato recuerdo de todos ellos.
He sido empleada antes que jefa y os puedo asegurar que en la primera etapa de trabajadora era tan feliz como en esta segunda por no decir, mucho mas. Al menos cuándo me acostaba a dormir por la noche, hacía eso. Dormir.
Mi primer jefe fue también el mismo de mi padre. Cuándo yo tenía la edad de 10 años me estrené en el campo acompañada de mis padres cogiendo guisantes o lo que llamamos pésoles. Menuda paciencia tenía el pobre de mi padre conmigo, intentaba enseñarme bien para que ganase el medio jornal que pagaban por mi trabajo a pesar de echar la jornada completa, pero claro, no rendía como los mayores por lo tanto era justo que pagasen solo la mitad.
Después vinieron muchos mas jefes, entre ellos mi tio Pepe que fue como un segundo padre para mi. Su trato exquisito no puedo describirlo con palabras sin emocionarme. José María de La Cerca (muy querido por mi desde siempre) y posteriormente sus hijos Venancio, Pepe y Ramón, Teodoro el de La Mojonera, Mariano de Los Triviños, Roque, (alguno mas que me he dejado en el tintero) y Andrés de Tomás. De este último quiero contaros una anécdota divertida guardada en mis recuerdos con mucho cariño. Los que no conozcáis esa época os pongo un poquito al tanto, al menos de lo que yo he vivido. En el campo se comía de 1 a 2 de la tarde (el que llevaba comida, claro). Se solía arreglar el macuto (antes la capaza ) la noche anterior, con el frito, tortilla etc. Macuto o capaza que estaba todo el día al sol en medio del bancal, por lo consiguiente en verano nos comíamos la comida calentita y en invierno bien fría. El restaurante era un almendro, limonero, algarrobo o cualquier árbol mas cercano si estábamos en verano.
En invierno cualquier margen hacia de amparo para degustar lo que cada uno llevaba. La mesa nuestras rodillas. Las manos se lavaban cuándo nos chupábamos los dedos al sopar el frito. Comíamos en 15 minutos y el resto a dormir la siesta plácidamente en el suelo dónde quitábamos las piedras mas gordas y dejábamos solo una grande que servía de almohada. El baño cualquier matorral que cubriera nuestro cuerpo o parte de él, (a veces costaba encontrar este water) y el papel higiénico la primera piedra al alcance de la mano que fuese de medidas apropiadas para nuestro ojete. Cuándo Andrés de Tomas me contrató (contrato de esos años, de palabra y sin sindicatos de por medio) para la temporada de la almendra y me dijo sus condiciones, acepté aunque tenía mis dudas. No sé por qué le había cogido un poco de temor a este hombre. Solían decir que era muy serio y algo roñeta cosa que para mi nunca fue cierta ya que recibí de esta persona un trato muy bueno y mi recuerdo hacia él va con mucho cariño. Teníamos que irnos muy temprano, a la salida del sol, volver a casa alrededor de las 12 del medio día y retomar la jornada sobre media tarde hasta que anocheciera. Nos quitábamos las peores horas de calor del día. Para mi esto era como estar hospedada en el Ritz. Podía comer en casa, dormir la siesta en mi cama y hacer mis necesidades fisiológicas a puerta cerrada.
Echábamos las mismas horas pero repartidas de una forma mas cómoda. Por aquel entonces se trabajaban X horas mas la chorrá que dependiendo del jefe podría ser corta o larga.Antes de salir el sol ya estaba yo preparada para oir el pitido del 4L azul claro en mi puerta. Íbamos cinco ocupantes. En los asientos delanteros Andrés de conductor y Nicolasa (mi compañera de faena). En los traseros, los dos perros grandes negros de mi jefe, y yo. Me costó trabajo acostumbrarme a los chuchos. Al principio al abrir la puerta del coche hacían... ¡¡¡Grrrrr!!! Andrés me decia: - no te preocupes, no hacen nada-, pero iba todo el camino acojonada por si me daban un mordisco ya que eran mas grandes que mi persona. Yo medía 1.50 de larga y pesaba 49 kilos, (lo mismo mido ahora, si no he encogido, pero con unos cuantos kilos mas).Con el paso de los días mis “compañeros” de asiento me tomaron cariño. Me recibían todas las mañanas con unos cuantos lametones y otros tantos ¡¡¡Guaus!!! de alegría que sonaban pegados a mi oreja como platillos chirrientes. Andrés murmuraba sonriente: -¿ves?- ya te conocen-. El viaje era estupendo con el fresquito del alba, lo peor era volver al medio día, no sabía quien de los tres ocupantes del asiento trasero tenía mas calor, si los animalitos o mi menda. Uno de los perros sacaba la cabeza por la ventanilla de su lado en busca de un poco de aire (caliente) porque fresco no venía. El otro queriendo hacer lo mismo y como no cabía en la misma ventana, se empeñaba en asomarse por la de mi lado y ya os podéis imaginar la odisea. Dos cabezas negras de orejas grandes revueltas entre una también negra de pelo (la mía) intentando tomar un poco de aire del que apenas cortaba el 4L.El piojillo de la almendra pegado a la piel y los chuchos con unas babas de medio metro que espolsaban por doquier incluida mi frágil silueta. En total disfrutaba de cuatro viajes todos los días en tan singular compañía. Esto hacía que llegase a casa deseosa de meterme en remojo con el típico refunfuñeo de mi madre porque no gastara tanta agua del depósito. No había alcantarillado ni agua corriente.En fin, no quiero extenderme mas porque la síntesis del tema son estas pequeñas peripecias de mi juventud. Andrés de Tomas y su esposa Consuelo fueron dos grandes personas que recuerdo con muchísimo cariño y he querido compartir con vosotros esta anécdota en son de homenaje póstumo hacia ellos.
Mari Carmen.
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